Con los datos del INE (http://www.ine.es/) hemos elaborado este cuadro. La cosa es grave porque son personas que obtienen y pierden su trabajo, gente que queremos vivir medio bien y en paz. El gráfico se lee sólo pero se han hecho algunas anotaciones que interpretan, siempre de forma discutible, los comportamientos de cada sector económico. El milagro, por verlo así, consiste en que entre 1977 y 1997 aquí trabajábamos unas 300.000 personas, en los diez años siguientes pasamos a ser casi 700 mil, y ahora nos mantenemos en 563.000. Por suerte, muchas vinieron de fuera a ayudarnos, lo que supone un crecimiento que con nuestra natalidad no podría suceder. Pero eso también parará. Ahora habrá que adaptarse a vivir todos con menos y asegurar un futuro en forma de trabajo digno para nuestros sucesores, y pensiones para los que tengan que retirarse. No es fácil, pero no vamos a entrar en responsabilidades.
Aunque llama la atención los colores de arriba, empecemos por preguntarnos cómo hemos pasado de tener 56.000 agricultores en el año 80 a sólo unos 7.500 en otoño de 2010. La tecnificación de los cultivos no explica casi nada, pues ¿acaso no se ha multiplicado las zonas de regadío? ¿existían los subtropicales o los imvernaderos hace 30 años? Y lo peor es que desde hace tres años, que los servicios y la construcción caen en picado, han desaparecido también 18.000 trabajadores en el campo. Estamos fuera de toda lógica de supervivencia, pues la pesca, la ganadería y los cultivos debieran ser un sector de subsistencia ante tiempos difíciles. Preguntamos entonces ¿ casi todas las explotaciones agrarias la llevan propietarios autocultivadores sin trabajadores? ¿existe economía sumergida o abuso hacia los inmigrantes? ¿para qué sirvió el PER?
El sector gris es la industria, y no sólo porque contamine. Las fábricas son necesarias y no todo debería venir de extremo oriente. Pero como vemos en la publicación de productividad en diversas provincias, Málaga tiene la fama y la peor realidad respecto a este sector, y de su industria sólo quedan unas cuantas chimeneas decorativas a lo largo de sus playas. También la tendencia es a la baja, se produce menos por trabajador y sólo desde 2007 se ha bajado de 53.000 a 26.000, en momentos en que la crisis era de la edificación... ¿serían las industrias tan ladrillo-dependientes?.
De la construcción hay poco que aclarar, y tanto que decir...
La burbuja no es un invento, como se ve en los datos del empleo. En 2009 hemos vuelto a valores de 2001, y seguimos a la baja. La construcción no es un sector productivo propiamente, ni se puede asociar al de los servicios. Genera empleo y beneficios, pero se acaba cuando toda la población tiene vivienda, o las casas se adecuan mediante reforma a mejores condiciones de vida. Pero eso hay que pagarlo y no se paga consigo mismo, por mucho que creamos que se haya revalorizado el mercado inmobiliario. En cuanto a la realidad malagueña, la edificación residencial no es turismo, no se sostiene esa patraña, y genera más costes y cargas colectivas que recursos. Lo hace polarizando además el gasto a lo público, y el beneficio a dos o tres empresarios que tarde o temprano deslocalizan el capital. Parece evidente que las obras han inflado la burbuja de los servicios, y algo menos la de la industria. También asimiló a una mano de obra que huía de la agricultura pero que no vuelve, se hace urbana/litoral y engrosa apaciguadamente las colas del paro.
Si ha bajado de 120.000 a la mitad, todavía podría partirse en dos y quedarse en una cifra técnica de mantienimiento de inmuebles en torno a las 30.000 personas. Es curioso, justo lo mismo que había en 1980, tras la crisis del petróleo, o en 1996, tras la primera quiebra inmobiliaria.
Los servicios son un cajón de sastre en los que entran casi todas las profesiones y actividades. Todos trabajamos ahí y por eso las sociedades contemporáneas se denominan terciarizadas o postindustriales. La población muy urbanizada (metropolitana o litoral) y la actividad turística incrementan aún más este capítulo, que como vemos puede crecer y absorber a todos los demás. Pero también es volátil, pues supone empleo temporal, y dependiente, pues es esclavo del consumismo y sus vaivenes. Málaga es un lugar de servicios: turismo, hostelería, comercio, finanzas, administración pública y tiempo libre.
Dependemos demasiado del euro, y mucho de lo crecido está basado en la falsedad de la inversión foránea desde el año 2001, basada en la ventaja al cambio, respecto de los ingresos y los impuestos en otros países de la Unión Europea. No hay más que ver el subidón de la pendiente, que debe luego bajar porque la inyección se acaba.
En la provincia de Málaga habría hace diez años unas 700.000 familias en sus casas, con dos o tres personas de media, y algunas viviendas vacías. Ahora habrá algunos hogares más, dado el aumento de familias unipersonales, algunos habitantes más, pero unas 1.500.000 viviendas, un tercio de ellas vacías y de uso vacacional pocas semanas al año. Eso no es bueno ni malo, son datos, por ahora.
La inmensa mayoría de los pequeños propietarios agrarios han dejado de cultivar, y muchos han vendido su tierra. Algunos para trabajar en la costa, otros para repartir entre su descendencia, y otros sólo por vivir de la renta. Así se ha agotado una salida, si bien algunos podrán recuperarla (deben intentarlo).
La construcción y la inmobiliaria han absorbido mucho territorio, mano de obra, energía y gasto de las administraciones. También han generado mucho en una década: todo lo bueno (renta, empleo, nivel de vida) que no permanece en el tiempo; y lo menos bueno: destrucción ambiental, gastos públicos crecientes, corrupción, masificación, mala imagen internacional. Y estos últimos aspectos son irrecuperables o mitigables a muy largo plazo. Pero el ladrillo es otra salida agotada, pese a que algunos quieran recuperarla con los mismos errores.
En un mundo aislado y con comercio remoto, la transformación de recursos naturales en productos básicos o bienes de consumo sería una salida. Pero recorriendo en 2010 los mismos polígonos (antes industriales) de cualquier ciudad europea o andaluza, uno reconoce que no hay ni un sólo objeto manufacturado de uso cotidiano que no traigamos del lejano oriente. Esta de la industria sí que es una vía muerta (para occidente) en la actual globalización.
Nos queda la hostelería, las playas, el sol, el patrimonio histórico y las calles comerciales. Si gestionamos bien nuestros hoteles y bares, depuramos al fín las aguas, rehabilitamos algo el paisaje, adecentamos los monumentos y damos buena atención en establecimientos céntricos y humanos, no es difícil continuar mejorando nuestras condiciones de vida. Podríamos hacer un mejor uso de las energías, que sin duda es un menor y más renovable aprovechamiento.
Y estamos obligados a elevar nuestro nivel de conocimiento y educación, sobre todo para no reincidir en errores recientes, y mejorar ampliamente reflexiones como ésta.
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